Con el tiempo uno aprende que una parte importante del crecimiento personal viene de trabajar en equipo. Descubrir las fortalezas individuales, identificar las debilidades y encontrar otros con los cuales uno pueda complementarlas de forma que el trabajo entre todos sea más sencillo.
Ese equipo perfecto no nace de la improvisación. Es necesario identificar los miembros claves y entrenar juntos para poder aprender, mejorar y alcanzar mayores metas. Yo cuento con la dicha de tener varios amigos con grandes cualidades que me ayudan a crecer. Son tercos, tenaces y testarudos (TTT).
Fue así, que decidimos hacer un entrenamiento distinto, que incluyera backpacking, una ruta que fuera fuerte y con tramos desconocidos que permitieran practicar la navegación.
La planeación previa era vital. Que equipos llevar, coordinar el guía y con el parque, cuanto peso cargar. Entre ese ajetreo, el huracan Matthew amenazaba nuestros planes; sin embargo la providencia la envió hacia el oeste y armados de deseos de aventura, partimos.
Un murciélago que no dejaba conciliar el sueño de forma profunda y unos ronquidos que venían de algún compañero, cuyo nombre no revelaré, no impidieron que la alarma nos despertará a las 4:00 am al largo día que nos esperaba.
Caminamos bajo las estrellas, hasta que amaneció de forma espectacular y sin contratiempos.
Al avanzar en la ruta, fuimos encontrando los primeros vestigios de la tormenta, que finalmente pondrían en duda nuestro andar, al encontrarnos con un puente que había sido arrastrado por la corriente. Por fortuna, sólo unos metros más adelante pudimos atravesar el rio sin inconvenientes y disfrutar de nuestro único baño de todo el viaje, aunque solo unos metros después empezaba la larga subida que haría que en pocos minutos deseáramos estar nuevamente dentro del rio.
Aquí si se empezó a complicar el tema con los arboles caídos. Y a medida que pasaban las horas resultaba más complicado pasarlos. Ya sólo a cuatro kilómetros de nuestro destino por ese día, empecé a sentir un frio que me llegaba a los huesos, algo que ni en la nieve me había pasado. Me puse los guantes y el buff y pensé que al caminar se me iría. Y fui descuidando los básicos: comer y beber. Mis compañeros me animaban y no me dejaban sola. Y aunque cuatro kilómetros suenen a poco, eran en una subida con pendiente de un 20% acumulado que en algún punto me tomó 35min avanzar sólo un kilómetro. No fue hasta que opte por finalmente detenerme, abrigarme y comer obligada algo (ya a unas 15 horas de esfuerzo físico el cuerpo no quiere saber de comida), que logre hacer ese último esfuerzo en llegar.
Nuestro guía en ese momento es como un angel. Yo veía a Rafelito con alas y aureola cuando me llenó una botella de agua caliente para ponerme entre el abrigo. Comí forzada mi recovery y una comida de montaña de esas de sólo añada agua, para tal suerte que aunque sabía muy buena, tenia picante (lo que me encanta), pero mi estomago no estaba en eso.
En ese momento discutíamos si cambiar la ruta y regresar por el camino conocido, por aquello de que el siguiente tramo tal vez también tenía arboles caídos y no lo conocíamos. Ese cambio de ruta nos llevaría en solo unas horas a nuestras camitas calientes y a nuestras amadas familias.
Pero somos tercos, tenaces y testarudos. Y para colmo dormimos como lirones. Por lo cual, el plan se mantenía. Una vez se tiene un sueño y un plan, el corazón quiere seguirlo.
Y la decisión tuvo sus recompensas. Qué bello es caminar por lo desconocido, subir montañas para ver el mundo, no saber si va uno por el camino correcto, pero tener la certeza en el corazón de que avanza positivamente.
Este camino era retador. Confuso desde el principio, cerrado por maleza en muchos puntos, con arboles caídos también por la tormenta. Avanzamos mejor de lo que pensaba en la noche anterior y me sentía muy bien subiendo y bajando (bajo muchísimo mejor que lo que subo). Pero qué paz da saber que vas con las personas correctas. Cada cual tenía su momento, pero como equipo cada cosa fue pasando y fuimos logrando llegar a los puntos que nos proponíamos.
A los varones les cogió con jugar con toros, aunque ellos dicen que era que yo pasaba para dejarlos a ellos con la batalla. A los toros y las vacas dentro del parque no los entendí. Están prohibidos. Pero eso es tema de otro escrito.
Y finalmente nos arroparon nuevamente las estrellas y cayó la noche, cuando a lo lejos empezamos a ver nuestro destino. Una ciudad que se veía tan lejos que nos reímos de eso. Unos 14 kilómetros que parecieron eternos, donde la navegación, el monteo, el cruce nocturno de rios y la destreza de mis compañeros nos llevó hasta el destino final con bien. Nuestro querido chofer Virgilio, nos esperaba con la certeza del que sabe que llegaríamos bien.
34:58:01 horas y 85.92kms después, sólo queda pensar en la dicha de poder vivir experiencias que engrandecen el alma, de recorrer nuevos caminos y de lograr lo que uno anhela de corazón.
Vienen más montañas y nuevos retos, muchos más.
@thaisherrera